miércoles, 12 de agosto de 2009

Prevenir

Prevenir

Si definimos prevenir esto nos lleva a considerar que se debe estar en posesión de un saber acerca de lo que se quiere prevenir para que no ocurra o suceda, y es lo que provoca que exista todo prevenir.
Por lo que sí o sí, para prevenir, antes, es preciso saber.
No se puede prevenir desconociendo toda causa y eje del prevenir, prevenir sin conocer es hacer cosas que nos introduce en el terreno de las hipótesis, como ocurre con ciertas gestiones y la obligación de actuar, gestionar, hacer, de operar desde algo sólido que significa todo saber, y expulsar lo azaroso que instala el hacer desde el no saber.
Ahora, la cosa se complica cuando lo que se debe conocer no se encuentra sujeto a lo causal como de hecho es sospechada la condición humana, el debate ideográfico o nomotético refleja tal cuestión, por lo tanto, cuando una realidad social exige la prevención es porque el intervenir se revela insuficiente, pero para prevenir se debe conocer que exige la presencia de lo académico envuelto en sus acuerdos o desacuerdos respecto al método y fundamento epistemológico para determinar acerca de la legalidad, regularidad que pueda postular algo causal o no, en esa condición humana.
Ahora, centrémonos en un caso concreto, por ejemplo, la intervención ante el delito en Villa Gesell, puesto que se interviene cuando el delincuente opera, por lo tanto, toda intervención significa que se va detrás del delito consumado, cuya significado es que toda intervención, perpetua todo operar delictivo, porque no lo reduce.
Y si por ventura tal delito crece, la intervención también deberá crecer y en el caso que el delito supere a ese intervenir, entonces, se hará preciso cambiar la mentalidad, e incurrir en su prevención.
Esto nos lleva a interrogarnos por aquello que motiva a todo delinquir, teniendo siempre presente que sólo las cosas físicas son causales, mientras que lo humano no está probado aun, por lo tanto, sólo es posible operar con hipótesis que me ayuden a averiguar, acerca eso motivacional, aunque la misma debe transformarse en saber, porque sólo el saber deja de lado lo hipotético, saber que me permite operar y eje de todo prevenir.
Entonces, quién delinque, como género, edad, lugar de residencia, sistema judicial que termine por amparar a menores delincuentes, contexto vecinal como modelo a delinquir, situación económica que alienta a lo precario, policías cómplices en su plana mayor y menor, mercado de armas y venta de tóxicos que potencia tal hacer, si todos estos elementos constituyen el cóctel del delinquir, exigiría intervenir en esas realidades, pero, ¿cómo interactúan ellas entre sí, cuales de estas variables actúan como dependientes e independientes, y la realidad viviente que transmuta como un virus, que formas nuevas adoptarán y como se las volverá de detectar?, bueno, todas estas descripciones no alcanzan sino se construye cabalmente un saber que pueda dar respuesta al delinquir, y desde allí, tomar medidas del prevenir, que no es más que un intervenir.
Porque, prevenir es intervenir en las variables que interactúan y que hace que un niño, joven, adulto, mujer u hombre, muñido de un arma, salga a la caza de su presa para robar, golpear y asesinar a otro niño, joven y adulto como él.
Poner un patrullero en cada esquina céntrica, con policías armados y miradas amenazantes, con su móviles recorriendo permanentemente cada barrio como a la propia ciudad, de día y de noche, es creer que el delinquir emerge porque no hay nadie quien lo vigile, pensado que la ocasión hace al ladrón, pero el delincuente no emerge por ausencia policial en todo caso no operará por presencia policial, siempre y cuando sea punible al sistema judicial.
Si desde el simple intervenir nos encontramos con que perpetúa el delinquir, ¿que queda entonces para el prevenir?, lo expresado nos muestra el sentido cabal en donde nos encontramos: una aporía, y sólo resuelta por cambio de paradigma, porque con el que estamos, no hay solución.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Beligerancia


La beligerancia o la intervención por el cual una equis persona influye sobre una tercera o terceros, es o son actos comunes en las relaciones interpersonales, esto entonces no sería un problema, pero ¿cuando podría señalarse como un problema la actitud de la beligerancia?, cuando su condición, considerada necesaria traiciona la relación medios-fines.
Contextualicémonos, no vamos a llevar al extremo a la condición beligerante diciendo que es contraproducente el grado de influencia que toda persona desde un plano de mando, autoridad potestad etc., que la ejerce, generará una acción contraproducente por parte de aquellos que la reciben, donde éstos de una u otra forma se verían coartados, condicionados y ya exagerando, de alienados de sí mismos por tales prácticas beligerantes.
No estamos diciendo eso, sino que sólo queremos señalar su justificación es decir, de cuando es necesario actuar bajo la condición de la beligeración y qué logro se logrará bajo la misma.
Esto requiere tener muy en claro la relación medios-fines puesto que si adquiero tal actitud lo hago bajo ciertas premisas de las que me he apropiado y las considero valederas. Por ejemplo, en la esfera de la educación ciertos aspectos beligerantes encontramos en tales palabras como, guiar, mostrar, inducir, direccionar, enfatizar, insistir etc., todas estas premisas que utilizo en pos de lograr ciertos fines que serían el educar, enseñar, formar, iniciar, etc.
Es decir, uno concientemente se apropia de la actitud beligerantes porque justificada por loables aspectos bien la valen, por lo que la beligerancia ya está justificada a modo de método presente, junto a otros espacios, el educativo.
Por lo que sin temor a la equivocación puedo hipotetizar lo siguiente: los ámbitos educativos son beligerantes, donde el docente alma mater del sistema debe enseñar, mostrar y evaluar lo aprendido, que es aquello captado por sus alumnos, estudiantes o aprendices, y agregamos, ese docente determina cómo enseña, en algunos lugares qué enseña e íntimamente quien enseña.
Nadie o casi ningún docente sea de la rama que sea negará que en las escuelas del sistema educativo a las que pertenecen sean privadas o públicas no se proceda de la manera recién descripta en su generalidad.
Ahora, ¿se procede así porque el sistema así lo exige?, ¿el sistema me exige beligerancia? pero ¿acaso no hay una brecha en lo que el sistema me exige y lo que yo adopto?, por lo que surge una primera sospecha, el sistema en este aspecto es mantenido por cada docente desde la institución donde se desempeña.
Esto no sería en modo alguna ninguna declaración conflictiva y sin embargo en este punto emerge una cuestión un tanto controversial ya que muestra cierta condición oscura, presente en los siguientes términos: función y prejuicio. La función y el prejuicio del docente.
La función ya la hemos señalado y el prejuicio ¿cómo se manifiesta?, hallamos prejuicio cuando un docente se piensa acerca de sí mismo como alguien comprensivo, cuestionador, crítico, autocrítico, que sabe, que es autónomo, que conoce, que sabe hacer conocer, pensar y estimular la inteligencia. ¿No hay cierto sesgo beligerante acerca de ese sí mismo?.
Por lo tanto, no hay o se ejerce una beligerancia como medio sino como fin, en otras palabras, no se ejerce la beligerancia como una opción sino que se la practica desde la no opción, uno no decide porque no opta, no hay opción y por lo tanto se la debe justificar como medio.
Y he aquí el mayor de los peligros que involucra esta justificación, lo oculto, la condición oculta del enemigo.
Lo que está oculto no puede ser identificado y desde ese espacio de la no identificación desde lo oculto es que se ejerce la acción, ahora, lo oculto no es lo que debo identificar sino lo que se oculta en su espacio, y ese es el enemigo, por lo que una acción precisa y concreta es la desocultación de lo oculto y allí ver en toda su condición al enemigo, desocultar al enemigo.
Y así será posible limpiarse de él, precisar al enemigo el desocultarlo y desde allí la acción de la asepsia.
¿Y cuál es el enemigo?....
El colmo de la beligerancia sería decir cual es……

sábado, 13 de diciembre de 2008

cuidar a la palabra


Cuidar a las palabras

Vergüenza, pudor, se dicen en griego aidós, y designa el sentimiento de respeto frente a un dios o a un superior, pero también el sentimiento de respeto humano que impide al hombre la bajeza.
Ahora, ese aidós puede surgir en terceros en términos de vergüenza ajena como pudor propio, donde el emerger de la vergüenza ajena es sentirse avergonzado ante la conducta o un hecho ocurrido indigno de haber sucedido.
Es interesante ver a toda vergüenza como un sentimiento sano porque denota cierto contacto con la realidad y sus límites o para ser más precisos, sus categorizaciones y de allí el pertenecer, de actuar conforme o no a tales categorizaciones. Así, el que confunde las categorías fácilmente se vuelve un impertinente, alguien que no pertenece y con su conducta provoca hechos que no son propios del ámbito al que cree pertenecer, y son los que nos avergüenzan.
Aquí entonces, la vergüenza y quien nos avergüenza, es lo que nos provoca estar en posesión del aidós previniéndonos de la bajeza propia como ajena.
Bajo tales premisas, la vergüenza en cierto modo legitima la pertinencia del o de los sujetos en un lugar, porque son avergonzados por terceros, aquellos tienen la facultad de señalar al que no pertenece ante el sentimiento que provocan de la vergüenza ajena.
Y esta introducción es para señalar la falta de pudor, de respeto, de cuidado acerca del trato que se le hace a la palabra en ciertos ámbitos hechos y construidos para las palabras, y que a tales efectos Szasz supo decir, alertar de la importancia de proteger a las palabras, especialmente en todos los lugares donde se la ejerce, porque si no protegemos las palabras, algún día terminaremos hablando con los puños.
La vieja dicotomía se reactualiza en cada recinto dispuesto para las palabras cuando no se las ejerce desde el aidós griego, hablamos de civilización y de barbarie, porque civilización implica delimitación y la barbarie romper con eso delimitado y el dicho acerca de “no están todos los que deben estar y de los que están, muchos no deberían estar”, nos muestra a los intrusos, a los bárbaros con gestos, ropajes y presencia de civilizados y que a la hora de la palabra, los muestra en su cabal condición impertinente, su condición de bárbaro.
¿Y qué importancia tiene la palabra? -si no fuera algo retórico, esta interrogación me delataría bárbaro-, la palabra tiene el interesante matiz de portar realidades, sentidos y significaciones, parte de una premisa que la justifica como tal en aquellos recintos creados para ella, parte de un saber, de un conocer y su íntima creación: la autoestima.
Pero aquí esta el dilema y la importancia del alertar de Szasz acerca del tener cuidado de la palabra en los lugares donde se la ejercer porque la autoestima conduce fácilmente a tener una conducta no pertinente: hacer un uso indiscriminado de ellas, en abusar.
Si la autoestima pivota en un saber y éste es sustentado por un cargo que el autoestimado desempeña como jefe, director, funcionario o concejal, donde tal función le confirma su condición de alguien que sabe, eso justifica el ejercicio irrestricto de las palabras que ejerce porque él sabe.
Ahora, lo terrible de todo es que ese energúmeno en función, esté dispuesto a abusar de las palabras, de asesinarlas antes que meterse con su autoestima, que ésta pueda sufrir ante la necesidad de aprender, porque para el ignorante y el bárbaro, aprender implica una herida en su autoestima de sapiente, de intocable apoyado por un tercero que hubo de colocar en su función, donde ese tercero adquiere la faz de voto, de arreglo, de pago de cuentas, de promesa, de acuerdo.
Así, las palabras serán asesinadas no sólo por la condición bárbara de no pertenecer sino que colaboran en ello el orgullo, la vanidad, la estupidez, la imagen de sí y el cargo que se ostenta y en todos los lugares, especialmente en los recintos donde se ejerce la palabra, todas ellas ser asesinadas diariamente.
Para eso debemos proteger a las palabras y sentir vergüenza ajena por aquellos que no están en posesión del aidós, en cada aula, en cada ejecutivo, en cada deliberante, ámbitos creados para ellas no se las protege sino que se las asesina, hasta el día en que nos quedemos mudos aunque no a salvos de los impertinentes que nos avergüenzan.
Por ello, si no defendemos las palabras, algún día la vergüenza ajena no será ni siquiera vergüenza, ni habrá siquiera pudor sólo habrá funcionarios, docentes, periodistas, vecinos y concejales asesinando palabras en cada una de sus palabras y en aquellos lugares donde se ejerce la palabra.